domingo, 18 de diciembre de 2011

EL ELEFANTE ENCADENADO Jorge Bucay

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me 
gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante 
siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que 
aprisionaba una de sus patas.  Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.  
El misterio sigue pareciéndome evidente.  ¿Qué lo sujeta entonces?  ¿Por qué no huye?  
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté 
entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.  
Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».  
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del 
elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez. 
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:  
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era 
muy, muy pequeño.   Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus 
esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. 
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... 
Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. 
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no 
puede.  Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.  Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.  Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza...  


Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de 
estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de 
cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no 
lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria 
este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.  
Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosostros mismos y por eso nunca 
más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.  Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la 
estaca y pensamos:  
No puedo y nunca podré.

2 comentarios:

  1. Hola compañera, muy interesante tu entrada. Me hizo reflexionar bastante, es cierto que deberíamos de intentar todo lo que nos proponemos porque "querer hacer algo es poder hacerlo". Saludos

    ResponderEliminar
  2. Hola Guadalupe!!
    Este cuento es uno de mis favoritos de Jorge Bocay, si te ha gustado te recomiendo que leas algunos de sus libros como: Déjame que te cuente o Cuentos para pensar; en los que la autoestima y la superación están presentes en cada una de las moralejas. Gracias por tu comentario.
    Saludos

    ResponderEliminar